Leonardo da Vinci, Wikimedia Commons |
Creo que muy pocos se atreverían a negar el prodigio que fue
Leonardo da Vinci. Su incursión en las artes lo inmortalizó, pero sus intereses
eran mucho más amplios: fue escultor, arquitecto, músico, científico, matemático,
ingeniero, inventor, anatomista, geólogo, cartógrafo, botánico y escritor. Esta
parece la lista de profesiones de una enciclopedia y podemos decir, al menos en
sentido figurado, que Leonardo da Vinci era una biblioteca viva, dotado de una
curiosidad insaciable y una imaginación febril, considerado por muchos como
poseedor de un talento inigualable. De todos sus roles, el de visionario es uno
de los que más sorprende; el simple hecho de ver sus diseños del helicóptero ha
sido fuente para especular que de alguna manera tuvo contacto con “extraterrestres”.
Con este da Vinci visionario es que yo comparo al Dr. Carl
Rehnborg. No solo por la amplitud de sus conocimientos o intereses multifacéticos, sino por ser un
visionario fuera de lo común y adelantarse a su época por no menos de 70 años.
¿El puente con da Vinci? Una curiosidad insaciable y un
talento fenomenal para la observación. Para entender la analogía debemos
remontarnos al final de su adolescencia, cuando ya leía un libro…¡por día!
Tenía un gran afán por el conocimiento e inició pronto estudios en química, biología y actuación en la Universidad de Carolina del Sur. Sin embargo, los estudios tradicionales lo aburrían, y su pasión por la
aventura y por Asia lo llevaron a China en 1915, a la edad de 27 años. Allí
trabajaría inicialmente vendiendo productos lácteos para la compañía Carnation, bajo la
premisa de que los chinos no consumían suficiente calcio. Pero los chinos se
alimentaban de acuerdo a su cultura, y además eran intolerantes a la leche, por
lo que dejó pronto ese primer empleo.
La nutrición ya lo apasionaba y empezó a tomar notas sobre
la precaria salud de los chinos que migraban a las grandes ciudades, y que se
alimentaban de arroz blanco y pocos vegetales frescos, lo que no ocurría en las
aldeas que mantenían las comidas ancestrales. En un principio pensó que la
mayor incidencia de enfermedades tenía relación con la precariedad de los
servicios sanitarios y la suciedad del agua que rodeaba las casas en Shanghai,
pero su instinto le decía que eran las carencias
de algunos elementos en la comida lo que causaba las enfermedades.
Como muchos otros extranjeros en Shanghai a principios de
los años 20, Carl Rehnborg terminó en cautiverio en un infame campo de
internamiento donde estuvo preso por varios años. Allí aprovechó las largas
horas de confinamiento para ir afinando sus notas sobre la alimentación basada
en plantas, y logró que los guardias le permitieran preparar un caldo de sabor espantoso
hecho con brotes de bambú, hojas de helecho, raíces de ginseng y hasta
ralladura de clavos oxidados. “El cuerpo necesita hierro” escribiría más tarde
en su diario. Los guardias se reían de él, al igual que sus compañeros de
presidio, pero pocos de los arrugaron la nariz ante el brebaje de plantas
lograron sobrevivir a las terribles condiciones del campo de concentración de
Shanghai.
Debemos entender que, para ese momento, vincular
deficiencias de ciertos nutrientes en las comidas con la aparición de
enfermedades específicas era totalmente revolucionario, ya que apenas 7 años
antes se habían descubierto las vitaminas. Tanto Hipócrates como la medicina
tradicional china, le adjudicaban poderes medicinales a los alimentos, pero
Carl Rehnborg no buscaba sanar a las personas, sino evitar que se enfermaran. A
través de su gran poder de observación, la experimentación en sí mismo y en los que aceptaban probar sus caldos, el
conocimiento adquirido por medio de la lectura, y el estudio y comparación de
la nutrición en distintas poblaciones chinas, Carl llegó a la conclusión de que
muchas de las enfermedades modernas aparecían como consecuencia de que ciertos
nutrientes estaban ausentes de la comida
diaria, y que era posible prevenirlas con una alimentación basada en plantas.
Sin tener acceso a tecnologías sofisticadas ni los recursos
de poderosas organizaciones científicas, Carl Rehnborg dio pasos agigantados
dentro de la Nutrigenómica (ciencia que estudia los efectos de los alimentos sobre
la expresión los genes y que sólo se ha desarrollado en este siglo). En mi próximo artículo compartiré más detalles sobre por
qué considero que este hombre merecer ser llamado el Leonardo da Vinci de la
nutrición.
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