miércoles, 25 de enero de 2012

¡Bienvenida Mary!

www.medicalassistantcolleges.com
Estoy muy contenta de que Mary Armstrong quiera compartir con nosotros en MaxVitae.
Mary es miembro desde hace 10 años de la AAMA (asociación americana que agrupa a los Asistentes Médicos), y es la fundadora y webmaster de MedicalAssistantColleges.com, una organización orientada a ayudar a estudiantes a entender el horizonte rápidamente cambiante que significa ser Asistente Médico; si es necesario o no certificarse; a qué escuelas acudir, cuáles grados se pueden obtener y cuáles son las diferencia entre ellos. En fin, todo lo relacionado con esta gama de especialización dentro de las ciencias médicas. 
A Mary le gustan diversos tópicos, y hoy comparte con nosotros acerca de ciertos alimentos y su influencia en nuestra salud. Como mi público lector es fundamentalmente de habla hispana, su artículo, originalmente en inglés, está traducido al español, y está dirigido a lectores de todos los países desde dónde vienen siguiendo nuestras entradas.

Cuatro Alimentos Que Deben Ser Comidos Con Moderación

Los beneficios de una dieta saludable son notables. Comer bien te ayudará a mantener tu metabolismo, fortalecer tu sistema inmune y disminuir tu riesgo de enfermedad cardiaca y otros problemas de salud. Sin embargo, el beneficio más apreciado de una dieta saludable es que te proporciona energía.
Aunque todos los alimentos te  dan energía, no toda la energía es creada igual. Algunos alimentos te proporcionan una rápida sacudida de energía que se va tan rápido como llega. Otros te dan energía duradera pero no son buenos para tu corazón. En esencia, algunos alimentos deben ser consumidos con moderación porque sus beneficios nutricionales no son tan grandes como los de algunos otros.
Abajo hay una lista de estos alimentos que deben ser consumidos de manera moderada: 

Cereales y Almidones Refinados: Los Cereales y Almidones son carbohidratos. Los carbohidratos nos dan energía. No obstante, la mayoría de nosotros come demasiados cereales y almidones refinados, como pan y arroz blanco. Estos cereales y almidones refinados también contienen menos fibra que sus contrapartes integrales, lo que significa que no te harán sentir lleno por mucho tiempo. Para mantener tu “tripita” satisfecha y tu cuerpo energizado, cambia de pan blanco a pan integral, y de arroz blanco a arroz integral.

Bebidas Azucaradas a base de Café: Desde que se inauguró una muy popular cadena de cafeterías, cuyo nombre me reservo, parece que en los Estados Unidos ya nadie más toma café como tal. De hecho, a algunos de nosotros, que todavía disfrutamos esa sacudida energética mañanera del café negro, nos miran de manera extraña. La mayoría de estas bebidas a base de café contienen, en promedio, ¡200 calorías y 20 gramos de azúcar! Tal cual como los cereales y almidones refinados, el azúcar en estas bebidas te va a dar energía rápida, pero al cabo de una hora te producirán un bajón tremendo. ¡Para no mencionar que estás malgastando 200 calorías en una bebida! ¿Quieres saber cuántas calorías hay en una taza de café? Dos. Así que, sáltate el café saborizado y pide un sándwich repleto de proteínas (hecho con pan integral, por supuesto).

Comidas Grasientas: estos alimentos son literalmente la pesadilla de la existencia humana. Nos engatusan para que pensemos que saben mejor que las ensaladas o que otra opciones menos grasientas. Nos “confortan” (¿quién no se ha sentido calorcito por dentro después de comer pollo frito?), y son las opciones más populares para el almuerzo (comidas rápidas). No obstante, comer alimentos grasosos en exceso puede ser perjudicial para tu salud. Una comida grasosa es alta en grasas saturadas. Consumir mucha grasa saturada puede llevar a enfermedades del corazón. Las comidas grasosas también te llevan a aumentar de peso, porque son altas en calorías y bajas en fibra, por lo que, aunque estás ingiriendo muchas calorías, tu cuerpo sentirá hambre más pronto. Esto te forzará a comer más a lo largo del día para estar lleno; más calorías de las que tu cuerpo realmente necesita. 

Snacks procesados y llenos de azúcar: comer un snack (merienda)  saludable entre comidas es una gran forma de salvarnos del bajón de energía de las 2.30pm. Pero muchos de los snacks que nos venden contienen demasiada azúcar refinada. Como ya lo mencionamos antes, el azúcar refinado nos dará una sacudida energética rápida, pero al igual que un auto que se queda sin gasolina, cuando el azúcar se gasta, también nosotros nos desgastamos. En vez de comer snacks o meriendas repletas de azúcar, escógelas llenas de fibra (vegetales o frutas) o proteínas (nueces y semillas). 
Además de estos alimentos, también debemos reconsiderar los refrescos (sodas en los Estados Unidos). Al igual que los snacks azucarados y las bebidas a base de café, los refrescos tienen un alto contenido de azúcar refinado. Son altos en calorías pero no tienen ningún otro beneficio nutricional. A diferencia de los alimentos para comer moderadamente que ya mencionamos arriba, los refrescos deben desaparecer de tu dieta. Prueba a sustituirlos con agua gasificada y sin azúcar, o soda con limón (seltzer en los Estados Unidos).


Autoría-Bio: Mary Armstrong es escritora y editor de http://www.medicalassistantcolleges.com/. En su tiempo libre disfruta escribiendo artículos para otros “sites” que tienen diversos tópicos de interés. 


¡¡¡¡Gracias Mary y bienvenida a Maxvitae!!!!











lunes, 23 de enero de 2012

El Omega Equilibrista

Amén de enfrentar una semana de reinicio de labores en mi consultorio, he tenido una inusual serie de complicaciones, por lo que esta entrada lleva varios días de retraso. Y debo confesar, además, que tenía dudas de como comenzarla.  Mi lado científico me empujaba a continuar esta serie sobre los ácidos grasos detallando los beneficios del Omega 3 sobre una serie de órganos en nuestro cuerpo. El lado comunicador quería obviar la parafernalia de los efectos individuales e ir directamente a cómo tener balance entre omega 6 y omega 3.
Creo que a muchos lectores les interesa básicamente el lado práctico, así que gana la segunda alternativa.
Veamos entonces cómo lograr ese balance.

¿Aumentando el Omega 3?
En un mundo de alimentos donde el omega 6 está omnipresente y en cantidades desmesuradas, lo primero que se nos ocurre es aumentar considerablemente nuestras fuentes de Omega 3. Pero casi de inmediato nos enfrentamos con costos, gustos, oferta de productos, marketing,  dificultades de importación, y otra serie de detalles, que nos hacen sentir abrumados (yo diría que impotentes), y nuestra reacción es hacer caso omiso y aceptar que la vida es como es y que no tenemos muchas opciones de aumentar esas fuentes de omega 3.

La reacción de mis pacientes oscila entre “el no tengo dinero”, “no me gusta el pescado”, “no encuentro el aceite de canola”, “mi médico me dice que no hace falta”, y otras variantes que usan como excusas y que consideran totalmente válidas para no hacer cambios.
Y no les falta razón. Si para obtener el balance correcto la única respuesta fuera aumentar el consumo de omega 3, yo me sentiría igualmente abrumada. 

Al principio, sin embargo, yo pensaba que lo correcto era aumentar la dosis de omega 3 para acercarnos al balance apropiado. Pero aún 1 gramo diario de omega 3 (lo que recomienda la Asociación Americana de Cardiología, y que equivale a tres raciones semanales de pescado del tipo “azul o de aguas frías”, como el salmón o las sardinas), está muy por debajo de lo necesario. Si tomamos en cuenta nuestros hábitos alimentarios en la actualidad, necesitaríamos al menos 4 gramos diarios de ácidos grasos omega 3 para estar cercanos a ese balance.
Además,  ¿cómo les recetaba más cantidad si ya era difícil (y costoso) lo que ya consumían? ¿Debía conformarme con el pensamiento de que “tener salud” es para los adinerados?
Me indigna verme obligada a aceptar callejones sin salida. El que algunos pudieran comprar y tomar lo necesario y muchos otros no, me carcomía por dentro, porque la realidad científica me repetía casi a diario cuan dañino era no tener el dichoso balance.


Buscando Respuestas
La providencia (que yo llamo Dios) tiene su manera de hacer aparecer soluciones si persistimos en buscarlas. Cuanto más leía sobre omega, más convecida estaba de que tenía que haber una alternativa para países como el nuestro. En las publicaciones sajonas también encontraba la inquietud, como bien lo expresan Michael Pollan, en su libro In Defense of Food, la Dra. Artemis Simopoulos, en The Omega Diet, y Susan Allport, en The Queen of Fats. Y la respuesta no podía ser solamente aumentar el Omega 3 para compensar el balance. En los 3 libros aparecen referencias al Dr. Joseph Hibbeln, un médico investigador del National Institutes of Health, que condujo varios estudios acerca de la relación del consumo de Omega 3 y patologías que iban del ACV hasta el suicidio.  Como ya les mencioné en una entrada anterior, soy hija de la curiosidad, así que me zambullí en la web y fui a dar al American Journal of Clinical Nutrition buscando publicaciones, especialmente una del 2006. 


En el corazón de ese estudio científico, el Dr. Hibbeln planteaba una solución sorprendente, tanto por lo sencilla como por lo absolutamente VIABLE. No digo que sea fácil, sobre todo si tomamos en cuenta las dificultades regionales, pero... de que se puede, SE PUEDE. Y la respuesta no era otra que... ¡comer menos alimentos con Omega 6!


¿Disminuir los Omega 6 que consumimos en vez de aumentar el Omega 3?
Ya que tenemos poco control sobre cuánto omega 6 hay en los alimentos, ¿por qué simplemente no escogemos los que lo tienen en poca cantidad? De esta manera, en vez de necesitar muchos gramos de omega 3 para tratar de restaurar un balance casi imposible, nos bastarían unos 500mg diarios para lograrlo. La gente en Filipinas necesita menos.


Al elegir los alimentos que sabemos que tienen poco omega 6, y decirle NO a TODO lo que diga “aceite vegetal”, “manteca vegetal”, “aceites o grasas” provenientes del maíz, del girasol, de la soya, del algodón o similares, cambiamos dramáticamente la relación entre ambos omegas.


Resistencia al Cambio
Invariablemente hay reacciones negativas de entrada. Parece inconcebible que el aceite de maíz, por ejemplo, tan recomendado por los cardiólogos, sea un ayudante eficaz en la aparición de trombosis. O artritis.


Además, están los interrogantes de cómo preparar la comida: 
“Doctora, ¿y con qué voy a freír?”. 
"Con aceite de canola", les sugiero.
“Ah, sí, ¿y dónde lo consigo? Porque hace rato que no hay”
Y como en nuestro país, además de difícil de conseguir, es notablemente más caro que otros aceites vegetales, el “no puedo comprarlo”, o lo que quieras usar como razón,  se hace válido. 


Lo que Compramos
La verdad es que todo viene con algún tipo de “aceite o grasa vegetal”: los enlatados, las galletas, las tortas, los panes, la comida rápida, etc. La lista es interminable. Por eso es que tenemos 20, 30 o Dios sabe cuántas veces más omega 6 que omega 3.

Veamos alternativas: puedes sofreír con aceite de oliva. No, no todo, estoy de acuerdo, imposible hacer tajadas con aceite de oliva, o papas fritas. Pero puedes hornear el plátano, o cortarlo en tajadas y asarlo en el budare, sin aceite. Y en última instancia, escoge el de soya de vez en cuando, su relación es 8 a 1 (la del maíz es de 46 a 1, como mínimo). Puedes hacer papas al horno, al vapor, o dorarlas con un toque de mantequilla, que tiene toneladas de grasas saturadas y de omega 9, por lo que su proporción de omegas 6 y 3 es irrelevante.



Puedes dar preferencia a comidas en la calle que no sean fritas (el pollo en brasas es bien rico y no voy a discutir ahora lo de los radicales libres de la leña o del carbón). 
Puedes elegir enlatados sin aceites "vegetales" añadidos, pueden ser en agua, al limón, con tomates o en aceite de oliva.
Te inviato a descartar los platos que ofrezcan “mantequilla” en la confección, ya que en realidad los vegetales son salteados en margarina, al igual que el pescado, con lo que haces un negocio doblemente malo: la margarina tiene grasas trans y puro omega 6.

Todavía no termino pero te dejo más de la lista para la próxima entrada. 

martes, 17 de enero de 2012

Omega 3-6-9

Volvamos al omega.
No sé cuantas veces mis pacientes han contestado a mi pregunta sobre si toman omega 3 y cuál marca del mercado: “Doctora, yo tomo uno muy bueno, el que tiene omega 3, 6 y 9. ¡Dicen que es el mejor!”
Y tienen cierta razón, no por ser lo mejor, sino porque la confusión de los omega según los publicitan, los han llevado a creer que de veras están haciendo una buena inversión en su salud.
Y simplemente, no es verdad. Los investigadores serios en el campo de los ácidos grasos, como la Dra. Artemis Simopoulos, y un sinnúmero de escritores que han estudiado el tema en profundidad, están fastidiados, por decir lo menos, con estas declaraciones que hacen las compañías que manufacturan o promocionan la mezcla de omegas como lo mejor para la salud.

Comencemos por el omega 9. La primera vez que un paciente me lo nombró lo miré con ese gesto típico de los perros cuando algo les llama la atención, preguntándome en silencio "¿Hay un omega 9?" A punto estuve de contestarle que tal omega no existía, pero resolví investigar un poco al respecto. Lo primero que encontré es que si existía este ácido graso, que es el más abundante en la naturaleza, y que no es esencial, o sea, nuestro cuerpo puede fabricarlo. Lo segundo, es que podemos obtenerlo fácilmente de nuestra dieta: aceitunas, aguacate, aceite de oliva, almendras, pistachos, merey, y hasta el maní común, son fuentes buenas de omega 9 (y de otros también). 



¿Por qué pagar, entonces, por un omega 9 artificialmente encapsulado cuando podemos tener los beneficios del natural que encontramos en los alimentos, amén de otros nutrientes que la plenitud de ellos nos ofrecen? Y eso sin contar que desconocemos totalmente la “fuente” de donde proviene ese omega 9.

"Ok", me dicen, "le compro lo del omega 9, pero, ¿qué hay del omega 6?"
Ese si es esencial. Nuestro cuerpo no tiene la capacidad de producirlo, así que debemos obtenerlo a través de lo que comemos para que las enzimas transformadoras del organismo los puedan usar donde hacen falta.
“¡Ah, bueno, al menos esa la pegamos!” 
No tan rápido. Es cierto que son esenciales y que si careciéramos totalmente de estos ácidos grasos nos veríamos en problemas, como sucede en quienes no lo ingieren nunca, ya sea por costumbres locales, por carecer de los alimentos que los proveen o porque por razones médicas no pueden comer alimento alguno.

Para entender un poco sobre este punto, vayamos a la historia de la humanidad (la nutricional).
Por cerca de 4.5 millones de años, mientras el hombre era nómada, se sustentaba de lo que cazaba y recolectaba: animales terrestres y acuáticos, hojas de toda procedencia, semillas y frutas silvestres. Este tipo de alimentación “educó” su organismo para obtener de la naturaleza un balance perfecto entre omega 3 y omega 6.

Hace unos 10.000 años, y cuando pensamos en esa cantidad nos parece muchísimo, el hombre empezó a asentarse y se dio comienzo a la “era agrícola”; la alimentación fue cambiando gradualmente, empezaron a aparecer los cereales, todos ricos en omega 6, y este balance entre omegas cambió un poco para irse hacia el lado del 6.

Hace menos de 500 años, con la era industrial, el vuelco se hizo como una avalancha: hoy en día no hay balance alguno, pues está todo, o casi, de parte del omega 6.
Aunque 500 años, o 10.000, pueden parecer una eternidad, desde el punto de vista evolutivo son como una coma dentro de un libro de miles de páginas, es decir, ¡NADA!

Nuestro organismo no tiene la menor oportunidad de manejarse sanamente si hay 20, 30 o más veces omega 6 que omega 3.

Te doy dos detalles como ejemplo (hay muchos más):
El omega 6 es fundamental para que haya coagulación y para que podamos cicatrizar a través de un proceso de inflamación local.
El omega 3 mantiene la sangre más fluida y menos coagulable, y es un potente antiinflamatorio.
Todo del lado del omega 3 y nos desangramos o nunca cicatrizaríamos.
Todo del lado del omega 6, y tendremos trombosis o una inflamación endemoniada como la que hay en la artritis o el cáncer.
Por eso es tan crítico mantener un balance óptimo entre los dos.

Evolutivamente, el balance en el hombre prehistórico entre omega 6 y omega 3 era UNO a UNO, y se acercó al 4 a 1 en la época agrícola. Para muchos investigadores serios que tienen un respaldo científico extraordinario, ese 4 a 1 de omega 6 a omega 3 es el tope del balance. Por encima, empiezan a aparecer problemas que ponen en jaque nuestra salud. Y aunque te parezca difícil creerlo, hay expertos en alimentación prehistórica, como el Dr. S. Boyd Eaton, de la Universidad de Emory, en Georgia, USA,  Loren Cordain PhD, profesor en la Universidad de Colorado, el Dr. Staffan Lindeberg, profesor de la Universidad Lund, en Suecia, y una larga lista de antropólogos, todos altamente especializados en Nutrición Paleolítica.


Ahora bien, como te menciono más arriba, el balance hoy en día está al menos 20 a 1 a favor del omega 6, y decididamente, en contra nuestra. Así que, aunque aquí no concluye esta serie sobre los omega, agrego al estilo popular:

“Bueno es cilantro, pero no tanto.”

Sigo invitándote  a hacer comentarios y preguntas, ya sea en el espacio que este blog tiene al final de cada entrada, o a través de mi correo electrónico dramarumaxvitae@gmail.com
Los comentarios son vitales para compartir inquietudes y mejorar mi comunicación con ustedes, y de alguna manera le dan un “toque humano” a este contacto del mundo electrónico.

sábado, 14 de enero de 2012

Una Nota al Margen


Desde muy pequeña quise ser médico. Recuerdo que me compraban muñecas y para desilusión de mi mamá, en vez de jugar con ellas como hacen la mayoría de las niñas, yo las operaba.
Vengo de una familia inclinada fuertemente a las matemáticas y mi papá deseaba que fuera ingeniero como él, y nada parecía más fuera de lugar que el que yo quisiera ser médico, pues tenía una extraordinaria facilidad para los números y la biología me aburría mortalmente.

Mi entretenimiento favorito en vacaciones era leer horas interminables sin que me mandaran a dormir temprano (no, no era la televisión; en realidad, como al papá de Mafalda, también la televisión me llegó tarde).
En una de esas vacaciones cayó en mis manos el libro CAZADORES DE MICROBIOS, de Paul de Kruif. ¡Ah, qué libro! Todavía hoy mi corazón lo disfruta. Fui cada uno de sus héroes, descubriendo y curando enfermedades.
Ahí decidí que yo también quería ser investigadora. Hacer una diferencia en la humanidad, cumplir una misión.

Ciertamente no me convertí en una de ellos porque mi primera visita al Instituto de Biología Experimental acabó con mi corazón: no podía ni siquiera ver a los animalitos y saber que los iba a torturar (aún en beneficio de la misma humanidad que yo quería salvar).
Las materias que lidiaban con experimentos animales eran un suplicio para mí y sólo hacía las prácticas indispensables para aprobar las materias que le correspondían. Eran pocas, en verdad y gracias a Dios.

Mi pasión por ser médico era tal que a 14 años ya estaba haciendo prácticas. El único amigo real que tenía mi papá era un médico con quien había compartido el viaje en barco hasta Venezuela. No sólo era su amigo, sino el médico de la familia. Yo lo admiraba (¿idolatraba?) inmensamente, y tan pronto como me lo permitió, empecé a rondar de habitación en habitación en su clínica hasta terminar ayudando en quirófano, mucho tiempo antes de entrar siquiera  a la escuela de medicina.

Mi papá solía decirme que mi éxito en la vida (profesional) no iba a ser importante porque no sólo estaba dejando de lado mi talento por los números sino además leía vorazmente y sin ninguna orientación, en lo que él consideraba “una mente de Selecciones del Reader’s Digest”, demasiado amplia y poco profunda. Yo leía indiscrimadamente y debe haberle preocupado la mezcla del Tarzán de Borroughs con La Hora 25 de Gheorghiu Virgil, Corín Tellado y Cazadores de Microbios, Historia de la Música y Marcial La Fuente Estefanía, M. Delly y Luis de Camoes. ¡Menudo enredo para una adolescente!

Hoy, cuando miro hacia atrás y veo cómo he tocado cientos de temas que han llamado mi atención, puedo entender que tengo una mente extremadamente curiosa, y que esa curiosidad es una fortaleza y no una debilidad. No puedo medir mi éxito por mis ingresos o mi posición social, pero sí puedo ver un médico poco común al que le gusta la literatura, la computación, la comunicación, la electrónica, la música y la enseñanza, y que ama profundamente la medicina; puedo medir mi éxito en las varias especializaciones y estudios que he hecho, no por falta de enfoque (o de saber en que palo ahorcarse, como reza el dicho popular), sino por una tenaz e inagotable curiosidad.

El mundo de la internet me ha abierto la posibilidad de investigar de manera casi ilimitada, así que he descubierto que ese sueño de adolescente se ha convertido en realidad. No investigo con animalitos, pero si con libros y publicaciones; puedo pasar horas en mi Ipad leyendo; en la computadora revisando un sinfín de enlaces;  aprendiendo técnicas para mejorar mi capacidad de comunicación; haciendo diplomados y cursos a destiempo (ya tengo más de 60 años).

Este blog, y otros que vienen en camino, los talleres y conferencias que doy, la incorporación de tecnología para enseñar a mis pacientes qué les pasa o cómo pueden sanar, son una expresión de cuán bendecida me siento por Dios y de qué manera, al unir medicina, informática,  enseñar a otros y dar rienda a mi parte literaria, realizo, más que un sueño, una mezcla de ellos.


jueves, 12 de enero de 2012

En Defensa de la Comida


Hemos sido condicionados a pensar que todo lo que comemos, de alguna forma u otra, son alimentos, y no es verdad.

Michael Pollan, en su libro In Defense of Food, nos comenta que tuvo el mismo asombro que tuve yo, y que seguramente tú tienes en este momento, al encontrar la redefinición de lo que es comida en una conferencia de la distinguida profesora Joan Dye Gussow, de la Universidad de Columbia. Cito, luego de traducir, estos comentarios de la Prof. Gussow: “En los treinta y cuatro años que tengo en el campo de la nutrición he visto como la comida real ha desaparecido de grandes áreas de los supermercados así como del resto del mundo que come...” Los comentarios vienen a propósito del sinfín de nuevos productos “comestibles” que cada año inundan los mercados, y cuyo objetivo gira alrededor del comercio o de promesas sustentadas en una aterradora escasez de conocimientos.

Nuestra vida corre tan loca y tan rápido que saciamos nuestra hambre mayormente con productos de bajo costo y fácil o ninguna preparación. No nos detenemos a “entender” las etiquetas, de manera tal que los ingredientes reales quedan sepultados, aún para los “expertos”,  en la “información nutricional”, sin importar el grado de procesamiento de su contenido o la falsedad de la afirmación que viene impresa en la parte frontal de los empaques.

Y digo los “expertos” porque nosotros, los médicos y los nutricionistas, salvo contadas excepciones, nos vanagloriamos de tener “conocimiento” de los principios dietarios fundamentales, y sin embargo somos profundamente ignorantes de lo que realmente hay dentro de un alimento que compramos en el mercado. Claro está, no me refiero a un producto en su estado virgen, como una fruta, o un pescado, o las hortalizas (aunque también puede ser motivo  de argumentar).

Sin más, tomemos como ejemplo esta imagen del contenido de un cereal “sano” tipo muesli, con sabor a chocolate, ampliamente recomendado por médicos y nutricionistas como fuente de “cereales integrales”. A la izquierda está la lista de ingredientes, y a la derecha la tabla nutricional.


La tabla de Información Nutricional nos da la información de cuantas proteínas, carbohidratos, grasas, fibra y otros “nutrientes” tiene (recorté la tabla por hacerla más legible). 

En la lista de ingredientes podemos notar que hay 5 fuentes de azúcar, el maíz y el arroz están altamente procesados, y tiene 1 sola fruta, las pasas.

Si nosotros mezcláramos los ingredientes como una granola hecha en casa, elegiríamos unas semillas naturales como almendras y nueces troceadas, o avena integral o en hojuelas, y además de las pasas, podríamos agregar algunos orejones de manzana en trocitos o frutas frescas en vez de los orejones, y nadie en su sano juicio añadiría 5 clases diferentes de azúcar; tal vez usaríamos algo de miel o papelón, si la fruta no endulza lo suficiente para nuestro gusto particular.

Lo cierto es que cuando tienes que enriquecer los cereales y usar varias fuentes de azúcar, como vez en este cereal comercial, significa que su parecido con la comida real termina en la etiqueta.

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miércoles, 11 de enero de 2012

La Chica Griega


Algunas veces nosotros los médicos somos absurdamente necios: si sabemos que un libro, por muy buen contenido que tenga, no está escrito por un científico (cualquiera que sea su especialidad), tendemos a menospreciar la evidencia que presenta.
Nos olvidamos de que los hermanos Wright eran mecánicos de bicicletas, no ingenieros aeronáuticos; o de que Einstein era considerado estúpido por sus profesores de la escuela elemental, y sin embargo se estima que fue un genio de la física y las matemáticas.

De manera que si perteneces al campo de cualquiera de las ciencias médicas, no podrás menos que aceptar los méritos científicos de la Dra. Artemis Simoupolos
Se graduó de químico en la Universidad de Columbia, y es egresada de la Escuela de Medicina de Boston. Sus especialidades médicas incluyen pediatría, endocrinología, genética y nutrición. 
Fundó: The Center for Genetics, Nutrition and Health y la International Society of Nutrigenetics/Nutrigenomics. 

Secretaria Ejecutiva de: Division of Medical Sciences, National Research Council, National Academy of Sciences, y del Joint Subcommittee on Human 
Nutrition Research, Executive Office of The President, The White House.

Chairman, NIH Nutrition Coordinating Committee, Office of the Director, y Special Assistant for Coordination of Nutrition Programs, Office of the Director, National Institutes of Health, Bethesda. 
Directora: IUNS Task Force on "Genetics, Nutrition and Physical Activity in Health and Disease". 
Ha publicado numerosos libros y edita prestigiosas revistas de Nutrición y Genética (¡tiene algo así como unas 250 publicaciones!).

Todo esto tiene el propósito de marearte y desear llegar al final de esta entrada y “echarla a la basura” ya que puedes muy bien preguntarte para qué te sirve toda esa información. Bueno, su utilidad es callar la boca de los médicos que, sin saber, declaran que el Omega 3 es IRRELEVANTE: durante más de 30 años ese omega ha sido el foco de la investigación de esta doctora.

Aprovecho las palabras en su libro The Omega Diet para compartir contigo esta reflexión: 

"cuando pones aceite vegetal en una taza de medir, luce como una sustancia uniforme, pero a nivel submicroscópico, está compuesto de 6 o más ácidos grasos. Los estudios recientes demuestran que los ácidos grasos pueden tener, de manera individual, efectos increíblemente diferentes sobre la salud. Algunos promueven el desarrollo del cáncer, otros lo bloquean. Algunos aumentan el riesgo de infartos en el corazón y el cerebro, otros lo reducen. Algunos tienden a ser almacenados como grasa corporal, otros se queman fácilmente como combustible. Algunos están relacionados con la depresión y otros problemas mentales, otros estimulan el bienestar emocional. La manera en que una grasa específica influencia la salud depende de su mezcla única de ácidos grasos."

En algunas de mis próximas entradas iré tejiendo entre los trabajos de la Dra. Simopoulos, los de Susan Allport y Michael Pollan. Claro, no me voy a dedicar sólo al omega, pero es lo suficientemente importante dentro de nuestra salud para que, como lo dice Susan Allport, le demos el lugar de una reina.

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lunes, 9 de enero de 2012

Yo Me Llamo Omega


Lo primero que quiero hacer es contestar algunas de las preguntas que seguro te estás haciendo: “¡tanto blah blah sobre omega 3, omega 6 y omega 9 y todavía no sé que son cada uno de ellos!”
Entonces, que sea la materia del blog para hoy.

¿Qué son exactamente los “omega”?
Son ácidos grasos orgánicos presentes dentro de las grasas de origen vegetal o animal, y más raramente, de producción artificial o sintética. Para más detalles sobre las grasas puedes ir a las entradas Una Clase de Química y El Enredo de Las Grasas.

Hasta 1929 se creía que las grasas no eran esenciales excepto para aportar calorías y ser el trasporte de las vitaminas liposolubles (A, D, E y K, o como les llamábamos en la escuela de medicina, las vitaminas “adecas”, no por implicaciones políticas, sino por simple regla nemotécnica para recordalas más fácilmente). Al principio sólo se les conocía como “ácidos grasos” hasta que George y Mildred Burr descubrieron que estos componentes de las grasas eran “esenciales” para la vida.

Para 1963 los ácidos grasos seguían una nomenclatura tan complicada (nombres químicos basados en el latín o griego) que incluso los científicos tenían dificultad para recordarlos. En ese año Ralph Holman se inspiró en un versículo bíblico del Apocalipsis donde aparece “el alfa y omega”,  la primera y la última letra del alfabeto griego, para clasificar los ácidos grasos poli-insaturados de manera sencilla y fácil de recordar, y darles una nomenclatura basada en la posición en la que se encontraba el primer doble enlace contando desde la estructura o grupo químico final. 


¿Por qué desde el final y no desde el principio? 
Debido a que los ácidos grasos se transforman dentro del cuerpo para ser usados apropiadamente (se ”alargan”, o sea, agregan más átomos de carbono, y se “desaturan” al perder átomos de hidrógeno), al nombrarlos de la manera convencional era difícil saber qué relación guardaban entre sí desde el principio hasta el final de su transformación.
Resulta que la “cola” o parte final de estos ácidos grasos poli-insaturados NO CAMBIA a lo largo de las distintas transformaciones: todos los miembros de una familia siguen teniendo su primer doble enlace SIEMPRE a 3, 6 o 9 carbonos contando hacia atrás desde el final del ácido graso.

Los químicos regularmente usan las primeras letras del alfabeto griego (alfa, beta, gamma) para indicar la posición de los grupos químicos, así que a Holman, estando familiarizado con el libro del Apocalipsis debido a su formación cristiana, se le ocurrió usar la letra OMEGA (la última letra del alfabeto griego) para identificar los ácidos grasos poli-insaturados por las diferencias en sus “colas” y clasificarlos en “familias”.

Los omega 3 tienen ese primer doble enlace en el tercer átomo de carbono,  


los omega 6 en el sexto,


 y los omega 9 en el noveno, contando desde el último carbono hacia atrás. Para ahorrar espacio dentro de estos gráficos esquemáticos, he puesto los números 4 y el 7 al lado de los carbonos en paréntesis. Si sumas cuántos carbonos hay de derecha a izquierda, puedes contar 3, 6 o 9 en total hasta que aparece el PRIMER DOBLE ENLACE.



Esta brillante idea nos permite hoy, a científicos y legos, llamarlos ácidos grasos omega, o incluso prescindir de las dos primeras palabras y llamarlos simplemente “OMEGA 3”, “OMEGA 6” y “OMEGA 9”. 

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