Revisemos ahora al microbioma intestinal dentro de los factores
epigenéticos.
Aunque nuestro cuerpo posee 37 trillones de células, apenas tenemos 23.000
genes en total según las investigaciones realizadas en el Proyecto Genoma Humano (Human Genoma Project). En cantidad de genes no somos para nada
criaturas muy avanzadas; es más, el Dr. David Perlmutter, autor de los libros
Grain Brain (cerebro de pan) y Brain Maker (Alimenta tu Cerebro), en la
entrevista que le hiciera el Dr. Mark Hyman, nos dice que somos 1% genes
humanos y 99% genes bacterianos (existen alrededor de 2 millones de genes
dentro de nuestro microbioma intestinal), y lo que nos hace especiales es esa
rica interrelación con la bacterias que habitan en nuestros intestinos.
Lo curioso es que el Dr. Perlmutter es un destacado Neurólogo, no
Gastroenterólogo, y es una autoridad reconocida en el campo de la Neurología
clínica y el tratamiento del Alzheimer, pero tiene una experiencia formidable
en el microbioma intestinal y sus efectos sobre el Sistema Nervioso Central.
Cada vez que comemos, los alimentos pasan por nuestro sistema digestivo y en el intestino tienen contacto con la flora intestinal, que se ocupa de digerirlos para convertirlos en sus integrantes más sencillos, amén de otras
funciones importantes que tiene ese microbioma intestinal.
Cuando comemos
proteínas, por ejemplo, no podemos aprovecharlas como están; tienen que ser
llevadas a los aminoácidos, que son los elementos simples de los cuales están
hechas las proteínas.
Usando la palabra COMPROMISO como metáfora, cada una de sus letras
vendría a ser un aminoácido que se absorbe a través de las células que
conforman la pared intestinal (c, o, m, p, r, etc.)
Si la flora bacteriana es incorrecta o se afecta porque no reconoce los
alimentos que llegan al intestino, la palabra no se divide en letras sino en
sílabas (¡no pocas veces en sílabas extrañas!), de manera tal que ya no podemos
usar esas letras o sílabas para construir nuevas palabras.
En el intestino ocurre lo mismo: el alimento se divide, no en los
integrantes esenciales, sino en fragmentos que alteran la pared intestinal y que son
absorbidos en trozos más grandes, afectando tanto el resultado directo (por no
proveer los elementos necesarios para construir, por ejemplo, otras proteínas)
como por no ser reconocidos por nuestro sistema inmune, lo que produce
inflamación local y sistémica y reacciones autoinmunes.
La interacción es tan crítica entre los alimentos y esa flora intestinal o
microbioma, que importantes investigaciones han demostrado que dejan de producirse los aminoácidos necesarios para la
elaboración de neurotransmisores en el cerebro, como la serotonina, y se produce depresión. Y así,
un sinnúmero de condiciones patológicas.
Hay una gran complejidad en este microcosmos y no quiero enredarlos
ahondando en el tema. Pero si dejar en claro el mensaje de que el microbioma
define no sólo nuestro bienestar en términos de materia prima para otros
componentes de nuestro organismo, sino también para el funcionamiento de los
genes y la expresión genética, ya sea para nuestra salud o para producir
enfermedades.
Es por eso que necesitamos no una dieta sino todo un programa para reiniciar nuestro metabolismo, de manera que podamos alimentar y nutrir
los genes adecuadamente, y recuperar y mantener nuestra salud en las mejores
condiciones posibles.
Y sobre ese programa te cuento mañana en nuestro próximo post.
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