lunes, 22 de febrero de 2016

Mini Curso de Biología Moderna, parte 2

Revisemos ahora al microbioma intestinal dentro de los factores epigenéticos.
Aunque nuestro cuerpo posee 37 trillones de células, apenas tenemos 23.000 genes en total según las investigaciones realizadas en el Proyecto Genoma Humano (Human Genoma Project). En cantidad de genes no somos para nada criaturas muy avanzadas; es más, el Dr. David Perlmutter, autor de los libros Grain Brain (cerebro de pan) y Brain Maker (Alimenta tu Cerebro), en la entrevista que le hiciera el Dr. Mark Hyman, nos dice que somos 1% genes humanos y 99% genes bacterianos (existen alrededor de 2 millones de genes dentro de nuestro microbioma intestinal), y lo que nos hace especiales es esa rica interrelación con la bacterias que habitan en nuestros intestinos.
Lo curioso es que el Dr. Perlmutter es un destacado Neurólogo, no Gastroenterólogo, y es una autoridad reconocida en el campo de la Neurología clínica y el tratamiento del Alzheimer, pero tiene una experiencia formidable en el microbioma intestinal y sus efectos sobre el Sistema Nervioso Central.

Cada vez que comemos, los alimentos pasan por nuestro sistema digestivo y en el intestino tienen contacto con la flora intestinal, que se ocupa de digerirlos para convertirlos en sus integrantes más sencillos, amén de otras funciones importantes que tiene ese microbioma intestinal. 


Cuando comemos proteínas, por ejemplo, no podemos aprovecharlas como están; tienen que ser llevadas a los aminoácidos, que son los elementos simples de los cuales están hechas las proteínas. 

Es como si descompusiéramos una palabra en las letras que la integran. 
Usando la palabra COMPROMISO como metáfora, cada una de sus letras vendría a ser un aminoácido que se absorbe a través de las células que conforman la pared intestinal (c, o, m, p, r, etc.)

Si la flora bacteriana es incorrecta o se afecta porque no reconoce los alimentos que llegan al intestino, la palabra no se divide en letras sino en sílabas (¡no pocas veces en sílabas extrañas!), de manera tal que ya no podemos usar esas letras o sílabas para construir nuevas palabras.

En el intestino ocurre lo mismo: el alimento se divide, no en los integrantes esenciales, sino en fragmentos que alteran la pared intestinal y que son absorbidos en trozos más grandes, afectando tanto el resultado directo (por no proveer los elementos necesarios para construir, por ejemplo, otras proteínas) como por no ser reconocidos por nuestro sistema inmune, lo que produce inflamación local y sistémica y reacciones autoinmunes.

La interacción es tan crítica entre los alimentos y esa flora intestinal o microbioma, que importantes investigaciones han demostrado que dejan de producirse los aminoácidos necesarios para la elaboración de neurotransmisores en el cerebro, como la serotonina, y se produce depresión. Y así, un sinnúmero de condiciones patológicas.

Hay una gran complejidad en este microcosmos y no quiero enredarlos ahondando en el tema. Pero si dejar en claro el mensaje de que el microbioma define no sólo nuestro bienestar en términos de materia prima para otros componentes de nuestro organismo, sino también para el funcionamiento de los genes y la expresión genética, ya sea para nuestra salud o para producir enfermedades.

Es por eso que necesitamos no una dieta sino todo un programa para reiniciar nuestro metabolismo, de manera que podamos alimentar y nutrir los genes adecuadamente, y recuperar y mantener nuestra salud en las mejores condiciones posibles.
Y sobre ese programa te cuento mañana en nuestro próximo post.

  

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