viernes, 19 de febrero de 2016

Mini Curso de Biología Moderna, parte 1


Ayer prometí darte un mini curso de biología moderna. No, no te preocupes, será fácil y sencillo de entender, y muy necesario para que quede clara esta relación de alimentos y células.

Te adelanté el concepto de Nutrigenómica, la ciencia que estudia cómo los alimentos transmiten información a los genes. El segundo concepto importante es la Epigenética que estudia la interrelación entre los genes y el medio ambiente que los rodea.

Durante muchísimos años se pensó que la genética era algo inamovible: adquirimos los cromosomas de nuestros padres y sus ancestros, y así como nacemos, morimos. Nuestras células se duplican miles de millones de veces al día y la información que pasa de una célula a la otra durante la duplicación es una copia exacta. Lo vimos en los estudios de educación media a través de la genética Mendeliana.

Sin embargo, sólo el 5% de esta genética es inamovible, el 95% restante se modifica a través de los factores epigenéticos y esos cambios pueden ser heredados de una célula a otra e incluso de una generación a la siguiente. Es como si el 5% fuera el hardware o parte física de una computadora, y el 95% restante el software o instrucciones para operar la computadora.
Tenemos en nuestro organismo aproximadamente unos 37 trillones de células (37 millones de millones), según publica "Annals of Human Biology". Dentro de cada una de esas células se encuentra el núcleo, y dentro de cada núcleo hay 23 pares de cromosomas con unos 23.000 diferentes genes en total.
Los genes, sin embargo, no están activos permanentemente. La interacción que tienen con los distintos factores epigenéticos ponen marcas químicas específicas en ellos o en las zonas del ADN que regulan como se expresan o “funcionan” estos genes, haciendo que “hablen o se callen”, es decir, manifiesten o no una función en particular propia de cada gen.
Podemos ver como ejemplo que hay genes que se expresan facilitando la diabetes o el cáncer y otros que impiden o dificultan que esas enfermedades aparezcan.

Durante muchísimos años se pensó que los genes sólo se expresaban de manera pre definida por millones de años de evolución, pero luego se descubrió que esa expresión podía ser cambiada también a corto plazo por agentes diversos como los alimentos, las sustancias tóxicas, las bacterias propias del intestino o microbioma intestinal, y los factores psico-sociales y emocionales.

Buscando respuestas sobre la acción que ejercen los alimentos en los genes, los investigadores Waterland y Jirtle introdujeron cambios en la alimentación de ratones Agouti, que son de pelaje claro y tienen tendencia a la obesidad y la diabetes, y descubrieron que no sólo cambiaban el color de su pelaje, sino que también eran más delgados y no sufrían de diabetes. Al cambiar su alimentación no sólo alteraron características típicas de la raza (el pelo claro) sino su tendencia a condiciones patológicas.
Creative Commons, autoría Musicowl1
Eso hizo surgir muchas otras investigaciones que pusieron al descubierto que además de una evolución marcada por la supervivencia del más fuerte a lo largo de millones de años, también había cambios a corto plazo o adaptativos.
Muchos alimentos que consumimos hoy en día son inventos genéticos o experimentos químicos que benefician selectivamente a las grandes compañías de alimentos pero poco o nada a los que los comemos. Modificados o inventados, todos terminan por producir cambios en nuestros genes y nos enferman a corto y/o largo plazo.

Un ejemplo de ello son los edulcorantes artificiales. Creados para no alterar las glicemias en personas con diabetes o que quieren perder peso, tienen, sin embargo, la capacidad de estimular poderosamente el Núcleo Accumbens en nuestro cerebro, que es el centro de placer y recompensa. Su sólo contacto con las papilas gustativas ya desencadena la estimulación de este centro y también la secreción de insulina de manera incluso más poderosa que el azúcar, ya que el mensaje químico que recibe nuestro organismo es de estamos consumiendo una sustancia que dispara los mensajes concretos para que nuestros genes entren en función y le den luz verde a la producción de insulina en el páncreas y de dopamina (el neurotransmisor del bienestar y placer) en el cerebro.

Por un lado nos mantiene adictos sin hacer diferencia con drogas como la cocaína o la heroína, y por otra, nos hace desgastar el páncreas y alimenta nuestras células de grasa, amén de que al no ser un alimento como tal, el hambre no se sacia y nos llama a comer más.

No te pierdas el próximo artículo que te ayudará a aprender un poco más sobre biología moderna.

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