Volvamos al omega.
No sé cuantas veces mis pacientes han
contestado a mi pregunta sobre si toman omega 3 y cuál marca del mercado: “Doctora, yo tomo uno muy bueno, el que tiene omega 3, 6 y 9. ¡Dicen que es el mejor!”
Y tienen cierta razón, no por ser lo mejor, sino porque la confusión de los omega según los publicitan, los han llevado a creer que de veras están haciendo una buena inversión en su salud.
Y simplemente, no es verdad. Los
investigadores serios en el campo de los ácidos grasos, como la Dra. Artemis Simopoulos, y un sinnúmero de escritores que han
estudiado el tema en profundidad, están fastidiados, por decir lo menos, con
estas declaraciones que hacen las compañías que manufacturan o promocionan la
mezcla de omegas como lo mejor para la salud.
Comencemos por el omega 9. La primera vez
que un paciente me lo nombró lo miré con ese gesto típico de los perros cuando
algo les llama la atención, preguntándome en silencio "¿Hay un omega 9?" A punto estuve de contestarle que tal omega no existía, pero resolví investigar un poco al
respecto. Lo primero que encontré es que si existía este ácido graso, que es el más abundante en la naturaleza, y que no es esencial, o sea, nuestro cuerpo
puede fabricarlo. Lo segundo, es que podemos obtenerlo fácilmente de
nuestra dieta: aceitunas, aguacate, aceite de oliva, almendras, pistachos,
merey, y hasta el maní común, son fuentes buenas de omega 9 (y de otros también).
¿Por qué pagar,
entonces, por un omega 9 artificialmente encapsulado cuando podemos tener los
beneficios del natural que encontramos en los alimentos, amén de otros
nutrientes que la plenitud de ellos nos ofrecen? Y eso sin contar que
desconocemos totalmente la “fuente” de donde proviene ese omega 9.
"Ok", me dicen, "le compro lo del omega 9,
pero, ¿qué hay del omega 6?"
Ese si es esencial. Nuestro cuerpo no tiene la
capacidad de producirlo, así que debemos obtenerlo a través de lo que comemos
para que las enzimas transformadoras del organismo los puedan usar donde hacen
falta.
“¡Ah, bueno, al menos esa la pegamos!”
No tan rápido. Es cierto que son esenciales y que si careciéramos totalmente de estos ácidos grasos nos veríamos en problemas, como sucede en quienes no lo ingieren nunca, ya sea por costumbres locales, por carecer de los alimentos que los proveen o porque por razones médicas no pueden comer alimento alguno.
No tan rápido. Es cierto que son esenciales y que si careciéramos totalmente de estos ácidos grasos nos veríamos en problemas, como sucede en quienes no lo ingieren nunca, ya sea por costumbres locales, por carecer de los alimentos que los proveen o porque por razones médicas no pueden comer alimento alguno.
Para entender un poco sobre este punto,
vayamos a la historia de la humanidad (la nutricional).
Por cerca de 4.5 millones de años,
mientras el hombre era nómada, se sustentaba de lo que cazaba y recolectaba:
animales terrestres y acuáticos, hojas de toda procedencia, semillas y frutas
silvestres. Este tipo de alimentación “educó” su organismo para obtener de la
naturaleza un balance perfecto entre omega 3 y omega 6.
Hace unos 10.000 años, y cuando pensamos
en esa cantidad nos parece muchísimo, el hombre empezó a asentarse y se dio
comienzo a la “era agrícola”; la alimentación fue cambiando gradualmente,
empezaron a aparecer los cereales, todos ricos en omega 6, y este balance entre
omegas cambió un poco para irse hacia el lado del 6.
Hace menos de 500 años, con la era
industrial, el vuelco se hizo como una avalancha: hoy en día no hay balance
alguno, pues está todo, o casi, de parte del omega 6.
Aunque 500 años, o 10.000, pueden parecer
una eternidad, desde el punto de vista evolutivo son como una coma dentro de un
libro de miles de páginas, es decir, ¡NADA!
Nuestro organismo no tiene la menor
oportunidad de manejarse sanamente si hay 20, 30 o más veces omega 6 que omega
3.
Te doy dos detalles como ejemplo (hay
muchos más):
El omega 6 es fundamental para que haya
coagulación y para que podamos cicatrizar a través de un proceso de inflamación
local.
El omega 3 mantiene la sangre más fluida
y menos coagulable, y es un potente antiinflamatorio.
Todo del lado del omega 3 y nos
desangramos o nunca cicatrizaríamos.
Todo del lado del omega 6, y tendremos
trombosis o una inflamación endemoniada como la que hay en la artritis o el
cáncer.
Por eso es tan crítico mantener un
balance óptimo entre los dos.
Evolutivamente, el balance en el hombre prehistórico entre omega 6 y omega 3 era UNO a UNO, y se acercó al 4 a 1 en la
época agrícola. Para muchos investigadores serios que tienen un respaldo
científico extraordinario, ese 4 a 1 de omega 6 a omega 3 es el tope del
balance. Por encima, empiezan a aparecer problemas que ponen en jaque nuestra
salud. Y aunque te parezca difícil creerlo, hay expertos en alimentación
prehistórica, como el Dr. S. Boyd Eaton, de la Universidad de Emory, en
Georgia, USA, Loren Cordain PhD,
profesor en la Universidad de Colorado, el Dr. Staffan Lindeberg, profesor de
la Universidad Lund, en Suecia, y una larga lista de antropólogos, todos altamente especializados en Nutrición Paleolítica.
Ahora bien, como te menciono más arriba, el balance hoy en día está al menos 20 a 1 a favor del omega 6, y decididamente, en contra nuestra. Así que, aunque aquí no concluye esta serie sobre los omega, agrego al estilo popular:
“Bueno es cilantro, pero no tanto.”
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